El pasado fin de semana, el escenario del Teatro Victoria en el contexto del XXIII Festival de teatro Contemporáneo Encuentros se tiñó de luna, de tierra y de silencio contenido. Bodas de sangre, en manos del director Pati Domenech, no fue una simple puesta en escena del clásico lorquiano, sino una relectura vibrante y afilada, donde la voz de la mujer resuena más allá del campo, más allá del lamento.

Desde su arranque, la obra nos empuja al abismo de lo inevitable: el destino trágico que, como un río subterráneo, recorre los cuerpos de sus protagonistas. Pero Patti no se detiene ahí. Con una mirada crítica y contemporánea, pone en tensión la poética de Lorca, especialmente esa belleza que, a veces, corre el riesgo de romantizar el dolor.

«Quise traer a escena a esa mujer rural que transmite ironicamente un mensaje contemporáneo” nos dice el director en conversación. «Esa mujer que Lorca supo ver, pero también silenciar en su sacrificio estético”. En esta versión, el personaje femenino no se entrega al sufrimiento como un deber, sino que lo confronta. Grita, rompe, se quiebra… pero no se rinde. Todo interpretado por la polifacética actriz María Vidal, que de forma majestuosa interpreta todos los papeles 

La escena se construye como un tejido simbólico: mantones que pesan como lutos antiguos, cuerpos que se deslizan entre la danza y el grito, y una luna que vigila, cómplice y eterna. La tragedia es conocida, sí, pero cada gesto parece nuevo. Cada palabra –esa poesía de sangre y raíz– suena como una advertencia viva.

Bodas de sangre en el Teatro Victoria no solo recordó la fuerza de Lorca, sino también la potencia de revisitarlo. Porque hay clásicos que no envejecen, pero sí necesitan ser tocados, agitados, leídos de nuevo. Como esta versión: una herida abierta donde aún late la pregunta por la libertad de las mujeres.