En un mundo que gira cada vez más rápido, donde las artes parecen quedar relegadas a los márgenes de lo urgente, hay voces que persisten con fuerza, como un latido que resiste el olvido. La de Patricia Monroy es una de ellas. Instructora de danza clásica con una trayectoria sólida y comprometida, ha dedicado su vida a formar a jóvenes bailarinas desde el respeto por la técnica, pero también desde una mirada sensible y expresiva.
Lejos de los estereotipos rígidos que a veces rodean a la danza clásica, Patricia nos habla de un enfoque que equilibra el rigor con la empatía, y que entiende el cuerpo no solo como instrumento, sino como territorio de memoria, disciplina y expresión: «No es un trabajo fácil porque anatómicamente no es natural , pero se trabaja la calidad del movimiento y la energía para que el alumno reciba la clase con amor», declara.
«Intento que sean cuidadosos con la disciplina y constantes, que pasito a pasito vean como van evolucionando y en la medida que vas aprendiendo vas a disfrutarlo más», nos dice con una sonrisa pausada, mientras repasa como organiza sus clases, y el momento en que decidió dedicarse por completo a la docencia. Para Patricia, enseñar danza clásica no se trata únicamente de pulir la técnica o alcanzar la perfección de la forma, sino de acompañar procesos personales, ayudar las alumnas a construir una relación sana con su cuerpo, con sus emociones y con el escenario.
Patricia Monroy: «Ahora la enseñanza está más abierta a los nuevos estilos»
A lo largo de la entrevista, reflexionamos también sobre los desafíos de enseñar danza en la actualidad: «No es que antes fuera más estricto y ahora más flexible la enseñanza de esta disciplina; creo que ahora esta más abierta, los estilos diferentes se acoplan y nosotros estamos para que tengan más disfrute». Patricia insiste en la necesidad de adaptar el método sin perder la esencia.
Hablamos del arte como herramienta educativa, de la importancia de crear espacios donde la exigencia conviva con el respeto, de cómo el ballet puede ser transformador cuando se enseña con vocación y compromiso. Para Patricia, el aula de danza es un lugar de escucha. Una especie de templo cotidiano donde se cultiva la paciencia, la constancia, y ese amor por lo invisible: por lo que se construye con esfuerzo, entre ensayo y ensayo, entre caídas y logros silenciosos: «No hay que rendirse, no hay que frustarse, porque a veces quieres pedirte a ti mismo más y las cosas son siempre poco a poco», sentencia.
Esta entrevista no solo es un homenaje a su labor, sino también una invitación a repensar el valor de la enseñanza artística hoy. A entender que, detrás de cada movimiento preciso, hay una historia, una emoción y un mundo entero por descubrir.
FIRMA INVITADA
Jessel Silva |
Equipo de comunicación