Durante mucho tiempo, ser espectador fue sinónimo de ocupar una butaca, observar en silencio y aplaudir al final. Pero en los últimos años —y especialmente tras los cambios que trajo la pandemia, la digitalización y la efervescencia de los espacios alternativos— la figura del espectador ha mutado, se ha vuelto más compleja, más activa, más consciente. ¿Qué significa entonces mirar teatro hoy? ¿Desde dónde miramos? ¿Y cómo afecta eso a la propia experiencia escénica?

 Del espectador pasivo al espectador participante

Hoy en día, muchos creadores escénicos piensan en el espectador como parte del dispositivo escénico. Las obras ya no buscan solo emocionar o contar una historia, sino activar una conversación, un roce, una pregunta. Desde las piezas inmersivas hasta las propuestas que rompen la cuarta pared o invitan al público a recorrer espacios, el teatro contemporáneo nos exige presencia. No solo física, sino emocional y ética.

Las plataformas de streaming, las grabaciones escénicas o incluso los reels teatrales han abierto nuevas formas de ver y consumir el teatro. ¿Es lo mismo ver una obra en una sala que desde la cama, en vertical, en Instagram? No. Pero eso también es parte de lo que somos hoy: espectadores fragmentados, híbridos, multitarea, nostálgicos del vivo, pero también curiosos ante lo digital.

Mirar teatro desde Tenerife, desde una isla, desde el sur global o desde un barrio concreto, también condiciona nuestra forma de recibir. La experiencia teatral no es universal, es profundamente contextual.  Y eso no es una debilidad, sino una fuerza: el teatro vive en el lugar donde se activa.

 ¿Espectar o pensar? Una mirada crítica y sensible

El espectador de hoy también es alguien que piensa. Que se pregunta, que no teme incomodarse, que escribe en su cuaderno después de una función, que lanza preguntas en un coloquio o que hace stories con reflexiones reales, no solo aplausos. Quizás ser espectador hoy signifique eso: estar dispuesta a mirar con todo el cuerpo. No solo con los ojos. Mirar desde la memoria, desde el afecto, desde la incomodidad y desde la posibilidad de transformación.

Porque el teatro, al fin y al cabo, no sucede solo en escena: sucede en el encuentro.

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Jessel Silva | 

Equipo de comunicación