El Teatro Victoria albergó una de esas obras que no se olvidan, que más que verse, se atraviesan. Antígona Negra. Caña de azúcar. Acción de duelo, creación de la artista escénica Gloria Godínez, convirtió el escenario en un espacio de memoria, de invocación y de temblor. Inspirada en la figura mítica de Antígona, la propuesta no se limita a una reinterpretación clásica, sino que encarna una versión profundamente contemporánea, racializada y femenina. Antígona regresa aquí como cuerpo negro que exige justicia, como voz que reclama un duelo pendiente.

Lejos de un relato lineal o de una representación teatral convencional, la obra se construye desde el cuerpo, la materia y el silencio. En escena, se  crea una acción de duelo donde elementos como la tela o la caña de azúcar no son utilería, sino símbolos vivos de historias enterradas, de esclavitudes no lloradas, de memorias invisibilizadas. El cuerpo escénico se convierte en archivo, en ofrenda, en gesto que evoca a quienes no fueron nombrados.

Lo más poderoso de esta pieza es que no explica, afecta. No busca contar una historia, sino despertar preguntas, conmover desde el temblor. Antígona —esa figura que en la tragedia griega desobedeció para enterrar a su hermano— aquí renace como un símbolo de todas y todos que, históricamente, han sido silenciados. Es una obra que nos recuerda que en esta sociedad no nos dolemos lo suficiente, que evitamos sentir, y que el duelo también puede ser un acto político.

La trayectoria de Gloria Godínez está atravesada por una mirada crítica y poética sobre los cuerpos racializados, las raíces africanas en América Latina, y las formas de resistencia desde lo ritual. Antígona Negra se inscribe en ese universo. Una propuesta escénica que no se queda en lo visual —aunque su lenguaje plástico es profundamente evocador—, sino que trabaja la escena como espacio ritual, como territorio de resistencia y de memoria.

En un momento en que las narrativas dominantes siguen excluyendo voces, esta obra abre una grieta desde la que asomarse al dolor colectivo, al cuerpo como archivo, al duelo como derecho. Desde el escenario del Teatro Victoria, Antígona Negra no solo se presentó: habitó, removió, y nos dejó con la urgencia de doler más y mejor.

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Jessel Silva | 

Equipo de comunicación